sábado, 28 de septiembre de 2013

Esclava de placer...

Hacía días que tenía ganas de jugar, ella estaba algo distante, metida en sus cosas, yo la deseaba y cada vez que la besaba, la acariciaba, la tenía entre mis brazos, por la mañana, por la noche,… sentía más y más las ganas de poseerla y hacerla mía.
No parecía que ésta fuera, por ahora, su intención, por ello yo estaba de bastante mal humor y, lo confieso, un poco cabreado.
Sabía que, otra vez más, tenía que volver a seducirla, reconquistarla y hacer que se sintiera sensual, sexy y mujer, para que volviera a abrirse y deseara ser mía otra vez.
Debía entregarme a ello, ponerle imaginación y ganas para poder sentir lo que tanto deseaba: que ella quisiera someterse, entregarse, rendirse,… y hacerse mía, libremente.
Me gustaba la meta y ésta vez pensé en un juego potente, embriagador para los dos, por ello me puse a jugar el rol de hombre dominador y empecé a actuar: ¡Ven aquí!, ¿Porqué estás tan distante?, ¿Es que acaso crees que te quiero menos?,… No me gusta lo que estás haciendo estos días y quiero tenerte para mí, te merezco y quiero que seas mía,…
Ella empezó a comprender de qué iba el juego, no estaba muy puesta pero vio que yo sí lo estaba, incluso sentí que le excitaba, y se dispuso a seguir,…
Me parece que esta niña mala tiene que ser castigada… ¿Estás de acuerdo?...
El juego empezó, empecé a sudar un poco y ella también, sabíamos que a los dos nos encantaba y que era un juego que nos llevaba a vivir nuestra relación de una manera más intensa, hermosa, compinchada y fácil….
Debo confesar que ya había preparado en nuestra habitación los accesorios para ello, aprovechando que había estado dos horas fuera…
Le vendé los ojos (llevaba la venda en el bolsillo) y la llevé con seguridad a la cama. Allí la desnudé con firmeza, sin roturas pero sin tapujos, y mientras lo hacía le iba diciendo que estaba muy dolido y que me lo tenía que pagar, le até las muñecas con unas esposas en la espalda, la puse con el culo al aire sobre mis rodillas y mientras la acariciaba le decía, ¿porqué eres tan mala conmigo?… y entre caricias le iba propinando algunos sonoros cachetes que poco daño le hacían pero sí que la sorprendían por lo inesperados. Se iba calentando, lo notaba con su respiración y por el olor a la humedad de su sexo que llegaba a mi olfato; sus nalgas algo sonrosadas me pedían besos pero debía seguir con el juego que conscientemente había empezado, la pellizqué un poco y la solté, agarrándola bruscamente y tumbándola boca arriba en la cama.
Le solté las esposas y de inmediato la até a los cuatro costados de la cama, abierta de brazos y piernas, con su vulnerable desnudez al aire. Paré y puse una música de Barry White, mientras yo me desnudaba y me vestía de acorde al momento: boxer de cuero, máscara, muñequera y collar de cuero, con un látigo de suaves tiras en la mano. Mientras le iba diciendo cosas para no enfriar la temperatura,… “¿te gusta esta música?, presta atención porque voy a follarte a su ritmo”, “¿quieres tocarte… eh, guarra?, ahora solo te puedo tocar yo y además tendrás que esperarte, jódete, por mala…”. Se removía buscando el roce y placer de la sábana mientras me esperaba ansiosa…
Con un “aquí estoy” le di un sonoro cachete sobre el sexo, la sorpresa fue tremenda, no se lo esperaba, había aprendido a dárselos produciéndole una extraña mezcla de placer, sorpresa, vergüenza y la dosis justa de dolor; le siguieron algunos pellizcos en los pechos, que hermosos los tenía la muy jodida… me animé y cogí del cajón las pinzas para tan dulce tortura, pinzas que iban con una cadena ligera para tirar de sus pezones y así ver cómo se arqueaba pidiendo un sexo que ahora no le iba a dar.
Sudaba, gemía, temblaba de excitación,… lo mejor estaba por llegar. Mientras daba suaves tirones a sus pezones, le empecé a acariciar su sexo con el mango del látigo, de vez en cuando se escapaba algún latigazo sobre su vientre, sobre el costado o sobre sus perfectos y torneados muslos. Semejante espectáculo la estaba excitando cada vez más y a mí,… ¡qué os cuento!...
Empezó a gemir pidiendo disculpas, diciéndome que quería que la hiciera suya, que la tomase, que la follase, que la aceptase tal como era, que se portaría bien, que lo intentaría,… le dije,… “voy a quitarte la venda de los ojos”… cuando me vio se quedó impresionada, tras mi máscara y con el atuendo, yo mi hice el serio para no romper a reír, seguí con mi rol de duro y castigador, me saqué la correa del cuello y se la até al suyo, su cara era de sorpresa, no sabía qué estaba pasando por mi mente y decidió rendirse a lo que fuera, lo noté y mi actitud cambió, me encantaba verla, sentirla así, rendida, suplicando, sumisa y obediente a la vez que libre como animal salvaje, como mujer y como diosa del sexo, empecé a ser más dulce con ella, aunque sin dejar de ser duro, los latigazos y cachetes se fueron transformando en caricias, besos y suaves mordiscos, algún tirón, algún cachete, alguna palabra fuerte, pero ella se estaba rindiendo y yo cada vez sentía más deseo, respeto y amor por ella. ¿Qué se puede sentir cuando la pareja que amas se te rinde, así, de esta forma, sin condiciones?
Cambié, le solté las piernas y se las até de nuevo, con mosquetones a las muñecas, ahora se había quedado absolutamente con todo su hermoso culo al aire y a mi total antojo. Gimió de deseo al notar mis intenciones y empezó a decir: “tómame, hazme tuya, no te prives de nada, poséeme,…”
La miré a los ojos, sonreí maléficamente y empecé a besar su bajo vientre, era toda mía, la única barrera la habíamos creado nosotros con nuestra honra y respeto mutuos, me dispuse a saciar mi apetito sorbiendo, lamiendo su gran tesoro y bebiendo del zumo de sus entrañas, sintiendo el placer que mi gula generaba en su cuerpo, por los estremecimientos, gemidos y palabrotas que de vez en cuando salían de sus adentros. Le comí el sexo, jugué dentro de él con mis dedos, busqué sus puntos mágicos y con mis dedos bien untados poseí su culo, dilatando su esfínter y buscando sus zonas de placer más ocultas, es increíble percibir el placer del otro con tus dedos, con tu lengua, con tu fuego, es como si él/ella fueras tú.  
“Me gustas así de sumisa, así de guarra, de abierta y de sabrosa,… te voy a follar con todas mis fuerzas,…” mis sentimientos eran dobles y dobladas eran mis emociones: pasión y deseo animal, respeto y casi veneración, por su entrega total. Mis testículos no podían aguantar más, iban a estallar y quise hacerlo dentro suyo… le agarré con fuerza su cadera y en aquella posición tan sumisa, la tomé penetrando su cuerpo con el mío, hundiendo mi hombría en sus entrañas, tratando de llegar a su corazón, poseyendo a la mujer rendida, amando su alma salvaje.
Se arqueó, quiso soltarse y no pudo, sumisa, atada, esclava, estalló con un intenso grito de muerte y de placer, se fue no se adonde, sus ojos me indicaban que no estaba allí, el rictus de sus labios y sus espasmos de placer te decían que estaba perdida en el “País de las maravillas, con su conejito…”.
Mi cuerpo no podía esperar más, saqué mi virilidad de su cueva, tomé aire, me centré y la penetré locamente por el culo, este culo que había estado adorando, besando, lamiendo y abriendo unos minutos antes. La estrechez de su ano aprisionaba, en el vaivén sodomizante, mi hinchado pene, esperé un poco a que ella reaccionara, pasó de su primer orgasmo al segundo, anal y completo, arqueando su espalda, gozando de una energía intensa que subía por su espalda y la llevaba al éxtasis,… yo también me rendí y solté mi hombría contenida entre convulsiones y gritos de placer,… me fundí con ella en un lugar donde las luces de colores bailaban de forma sensual, donde las diosas del sexo y del amor te miraban a los ojos y te decían,… ven aquí,… ahora.
Solté sus ataduras, dejé libré su cuerpo y su alma,… y la abracé, amándola hasta el infinito,… Mi diosa… 

Ricardo Alas

martes, 17 de septiembre de 2013

Acoso sexual

Estaba sentado al lado de la ventanilla del autobús, cuando, parado en un semáforo, vi a una joven que parecía ser acosada por dos chicos. Mi instinto paternal me puso en alerta, disponía de tiempo y bajé en la siguiente parada, justo al cruzar la calle. Me acerqué a paso ligero y antes de cruzar observé la escena; evidentemente la chica lo estaba pasando mal con aquellos dos chicos que parecían estar obligándola a ir a algún sitio.

Crucé la calle, cogí aire, me acerqué a la chica y cogiéndola del hombro le dije: “hola hija”, dándole un dulce beso en la frente y guiñándole un ojo de espaldas a los chicos, ella dudó unos instantes y contestó: “hola papá”, devolviéndome el beso en la mejilla, me volví para decir: “¿te están molestando estos chicos?” pero ya se habían dado la vuelta y salían casi corriendo.

La chica temblaba, todavía tenía mi mano sobre su hombro y noté que sus piernas flaqueaban… “lo has pasado mal, ¿verdad?”; su respuesta fue ponerse a llorar sobre mi hombro, la abracé como a una hija y dejé que se desahogara libremente.

Pasado el primer momento, le dije que tenía una hija de su edad y comprendía muy bien el mal rato que había pasado y que, si quería hablar un poco del tema, hasta que se le pasase el disgusto, podía invitarla a un café en una terraza que se veía muy cerca; creo que me gané su confianza, porque asintió diciendo: “me irá bien hablar, muchas gracias señor” con una media sonrisa y los ojos colorados de llorar.

Pasadas las presentaciones y después de nuestro primer sorbo, le pregunté: “¿ocurren a menudo estas situaciones?” y empezó a contarme una serie de malos momentos que habían vivido ella y algunas amigas desde los 15 años.

Me contó algunas anécdotas que recuerdo: en el colegio una vez se encontró en una encerrona con tres chicos en los lavabos, sus gritos los alejaron pero quedó marcada entre un grupo de chicos. En la universidad fueron dos chicos que no paraban de tocarla, en medio de la clase, hasta que tuvo que levantarse, dejar el aula y vigilar bien donde se sentaba cada día; a una amiga un profesor la tentó varias veces con chantajes y promesas de mejores notas si tenían un rato de intimidad, entre clases, en su despacho; a otra amiga, un día de lluvia, un chico se ofreció a llevarla en coche a su casa y quiso abusar de ella. Sentí vergüenza de ser hombre por todo lo que me contaba y admiraba el ver cómo ellas habían ido reaccionando y saliéndose del apuro en cada caso, con trucos y estratagemas que habían ido aprendiendo solas o compartiéndolo con amigas íntimas.

Cuando salían, la cosa empeoraba, el alcohol y las drogas ayudan a muchos hombres a sacar de su interior lo más bajo de ellos mismos, así lo contaba ella: “se piensan que porque vas a divertirte con amigos, porque te ven con un vaso largo en la mano o porque vas luciendo el tipo ya tienen derecho a decirte lo que les pasa por la cabeza, a tocarte, sobarte y casi a follarte, luego están los que te siguen al salir, los que se te cruzan por la calle, los borrachos y los colgados”… toda una retahíla de personajes que, muchas veces, transformaban en una pesadilla el ocio o el simple hecho de caminar por la calle.

Seguía comentando: “y en el trabajo, una se encontró con un compañero que se pensaba, de forma idiota, que la podía conquistar con algún manoseo o sobada de mal gusto, sin contar con palabras fuera de contexto, miradas muy incómodas…”

Dejé que se desahogase, aunque la boca de mi estómago se estaba encogiendo al sentir su inseguridad y angustia, cambiamos el tono de la conversación y le ofrecí lo poco que podía darle, mi punto de vista como hombre, mi experiencia y mi deseo de trabajar con los hombres, para que fuéramos cada vez menos brutos y aprendiéramos a amar el femenino y a respetar a las mujeres en toda su belleza, sensualidad y sexualidad. Estaba llegando la hora de terminar con aquello de “ellas se lo buscan”, “te lo está pidiendo a gritos” y un montón de sandeces machistas.

Me despedí y le di mi teléfono, por si algún día necesitaba hablar.

Me volví a sentar en la mesa y mientras me tomaba el segundo café fui pensando en algo que, de tan común, parece olvidado: el acoso sexual que muchas chicas, especialmente jóvenes, padecen en todo el mundo.

Como educador sexual, terapeuta y escritor, hago lo que puedo, pero sentí que debía escribir este post, en señal de protesta y como punto de reflexión:

Si eres una mujer la que lo estás leyendo y quieres añadir algo, por favor, haz tu comentario…

Si eres hombre, reflexiona y comparte tus pensamientos…

Desearía que llegase el momento en que los hombres aprendiéramos a admirar, contemplar, respetar, honrar, venerar, amar… al femenino y en especial a nuestras amadas mujeres: nuestras madres, hermanas, hijas y parejas; las otras mujeres también son madres, hermanas, hijas o parejas de alguien.

Y aunque no las conozcamos y sólo veamos una chica bonita, son mujeres que desean sentirse libres de elegir, de vestir como les guste, de decidir y de hacer lo que su corazón les dicte.

“A la que empecé a contemplar toda esta belleza me sentí cautivado por ella, incapaz de merecerla y mucho menos de poseerla, sólo contemplarla extasiado, admirarla y aprender a respetarla, a honrarla y a amarla, y así, poco a poco, me di cuenta…

… de que algún día podríamos celebrar el día del “NO ACOSO” y las mujeres no necesitarían ingeniarse artimañas para estar “a salvo” y podrían mirar a los hombres, cara a cara, sin miedo ni rencor, con el respeto y el amor con que nosotros las mirásemos a ellas”

Ignasi Tebé

Terapeuta, educador y escritor sexual.

Colaborador de Sex AcademyBarcelona