Hacía días que tenía ganas de
jugar, ella estaba algo distante, metida en sus cosas, yo la deseaba y cada vez
que la besaba, la acariciaba, la tenía entre mis brazos, por la mañana, por la
noche,… sentía más y más las ganas de poseerla y hacerla mía.
No parecía que ésta fuera, por ahora, su intención, por ello yo estaba de
bastante mal humor y, lo confieso, un poco cabreado.
Sabía que, otra vez más, tenía que volver a seducirla, reconquistarla y hacer
que se sintiera sensual, sexy y mujer, para que volviera a abrirse y deseara
ser mía otra vez.
Debía entregarme a ello, ponerle imaginación y ganas para poder sentir lo
que tanto deseaba: que ella quisiera someterse, entregarse, rendirse,… y
hacerse mía, libremente.
Me gustaba la meta y ésta vez pensé en un juego potente, embriagador para
los dos, por ello me puse a jugar el rol de hombre dominador y empecé a actuar:
¡Ven aquí!, ¿Porqué estás tan distante?, ¿Es que acaso crees que te quiero
menos?,… No me gusta lo que estás haciendo estos días y quiero tenerte para mí,
te merezco y quiero que seas mía,…
Ella empezó a comprender de qué iba el juego, no estaba muy puesta pero vio
que yo sí lo estaba, incluso sentí que le excitaba, y se dispuso a seguir,…
Me parece que esta niña mala tiene que ser castigada… ¿Estás de acuerdo?...
El juego empezó, empecé a sudar un poco y ella también, sabíamos que a los
dos nos encantaba y que era un juego que nos llevaba a vivir nuestra relación de
una manera más intensa, hermosa, compinchada y fácil….
Debo confesar que ya había preparado en nuestra habitación los accesorios
para ello, aprovechando que había estado dos horas fuera…
Le vendé los ojos (llevaba la
venda en el bolsillo) y la llevé con seguridad a la cama. Allí la desnudé con
firmeza, sin roturas pero sin tapujos, y mientras lo hacía le iba diciendo que
estaba muy dolido y que me lo tenía que pagar, le até las muñecas con unas esposas
en la espalda, la puse con el culo al aire sobre mis rodillas y mientras la
acariciaba le decía, ¿porqué eres tan mala conmigo?… y entre caricias le iba
propinando algunos sonoros cachetes que poco daño le hacían pero sí que la
sorprendían por lo inesperados. Se iba calentando, lo notaba con su respiración
y por el olor a la humedad de su sexo que llegaba a mi olfato; sus nalgas algo
sonrosadas me pedían besos pero debía seguir con el juego que conscientemente
había empezado, la pellizqué un poco y la solté, agarrándola bruscamente y
tumbándola boca arriba en la cama.
Le solté las esposas y de inmediato la até a los cuatro costados de la
cama, abierta de brazos y piernas, con su vulnerable desnudez al aire. Paré y
puse una música de Barry White, mientras yo me desnudaba y me vestía de acorde
al momento: boxer de cuero, máscara, muñequera y collar de cuero, con un látigo
de suaves tiras en la mano. Mientras le iba diciendo cosas para no enfriar la
temperatura,… “¿te gusta esta música?, presta atención porque voy a follarte a
su ritmo”, “¿quieres tocarte… eh, guarra?, ahora solo te puedo tocar yo y además
tendrás que esperarte, jódete, por mala…”. Se removía buscando el roce y placer
de la sábana mientras me esperaba ansiosa…
Con un “aquí estoy” le di un sonoro cachete sobre el sexo, la sorpresa fue
tremenda, no se lo esperaba, había aprendido a dárselos produciéndole una
extraña mezcla de placer, sorpresa, vergüenza y la dosis justa de dolor; le
siguieron algunos pellizcos en los pechos, que hermosos los tenía la muy
jodida… me animé y cogí del cajón las pinzas para tan dulce tortura, pinzas que
iban con una cadena ligera para tirar de sus pezones y así ver cómo se arqueaba
pidiendo un sexo que ahora no le iba a dar.
Sudaba, gemía, temblaba de excitación,… lo mejor estaba por llegar.
Mientras daba suaves tirones a sus pezones, le empecé a acariciar su sexo con
el mango del látigo, de vez en cuando se escapaba algún latigazo sobre su
vientre, sobre el costado o sobre sus perfectos y torneados muslos. Semejante
espectáculo la estaba excitando cada vez más y a mí,… ¡qué os cuento!...
Empezó a gemir pidiendo
disculpas, diciéndome que quería que la hiciera suya, que la tomase, que la
follase, que la aceptase tal como era, que se portaría bien, que lo intentaría,…
le dije,… “voy a quitarte la venda de los ojos”… cuando me vio se quedó
impresionada, tras mi máscara y con el atuendo, yo mi hice el serio para no
romper a reír, seguí con mi rol de duro y castigador, me saqué la correa del
cuello y se la até al suyo, su cara era de sorpresa, no sabía qué estaba
pasando por mi mente y decidió rendirse a lo que fuera, lo noté y mi actitud
cambió, me encantaba verla, sentirla así, rendida, suplicando, sumisa y
obediente a la vez que libre como animal salvaje, como mujer y como diosa del
sexo, empecé a ser más dulce con ella, aunque sin dejar de ser duro, los
latigazos y cachetes se fueron transformando en caricias, besos y suaves
mordiscos, algún tirón, algún cachete, alguna palabra fuerte, pero ella se
estaba rindiendo y yo cada vez sentía más deseo, respeto y amor por ella. ¿Qué
se puede sentir cuando la pareja que amas se te rinde, así, de esta forma, sin
condiciones?
Cambié, le solté las piernas y se las até de nuevo, con mosquetones a las
muñecas, ahora se había quedado absolutamente con todo su hermoso culo al aire
y a mi total antojo. Gimió de deseo al notar mis intenciones y empezó a decir:
“tómame, hazme tuya, no te prives de nada, poséeme,…”
La miré a los ojos, sonreí maléficamente y empecé a besar su bajo vientre,
era toda mía, la única barrera la habíamos creado nosotros con nuestra honra y
respeto mutuos, me dispuse a saciar mi apetito sorbiendo, lamiendo su gran
tesoro y bebiendo del zumo de sus entrañas, sintiendo el placer que mi gula
generaba en su cuerpo, por los estremecimientos, gemidos y palabrotas que de
vez en cuando salían de sus adentros. Le comí el sexo, jugué dentro de él con
mis dedos, busqué sus puntos mágicos y con mis dedos bien untados poseí su
culo, dilatando su esfínter y buscando sus zonas de placer más ocultas, es
increíble percibir el placer del otro con tus dedos, con tu lengua, con tu
fuego, es como si él/ella fueras tú.
“Me gustas así de sumisa, así de guarra, de abierta y de sabrosa,… te voy a
follar con todas mis fuerzas,…” mis sentimientos eran dobles y dobladas eran
mis emociones: pasión y deseo animal, respeto y casi veneración, por su entrega
total. Mis testículos no podían aguantar más, iban a estallar y quise hacerlo
dentro suyo… le agarré con fuerza su cadera y en aquella posición tan sumisa,
la tomé penetrando su cuerpo con el mío, hundiendo mi hombría en sus entrañas,
tratando de llegar a su corazón, poseyendo a la mujer rendida, amando su alma
salvaje.
Se arqueó, quiso soltarse y no pudo, sumisa, atada, esclava, estalló con un
intenso grito de muerte y de placer, se fue no se adonde, sus ojos me indicaban
que no estaba allí, el rictus de sus labios y sus espasmos de placer te decían
que estaba perdida en el “País de las maravillas, con su conejito…”.
Mi cuerpo no podía esperar más, saqué mi virilidad de su cueva, tomé aire,
me centré y la penetré locamente por el culo, este culo que había estado
adorando, besando, lamiendo y abriendo unos minutos antes. La estrechez de su
ano aprisionaba, en el vaivén sodomizante, mi hinchado pene, esperé un poco a
que ella reaccionara, pasó de su primer orgasmo al segundo, anal y completo,
arqueando su espalda, gozando de una energía intensa que subía por su espalda y
la llevaba al éxtasis,… yo también me rendí y solté mi hombría contenida entre
convulsiones y gritos de placer,… me fundí con ella en un lugar donde las luces
de colores bailaban de forma sensual, donde las diosas del sexo y del amor te
miraban a los ojos y te decían,… ven aquí,… ahora.
Solté sus ataduras, dejé libré su cuerpo y su alma,… y la abracé, amándola
hasta el infinito,… Mi diosa… Ricardo Alas