martes, 11 de febrero de 2014

Rendición total


En muchas filosofías orientales y, más en concreto, en el Tantra, el concepto rendición y entrega es muy antiguo y muy sagrado; no es un tema fácil para nosotros los occidentales, hechos para la competitividad y las victorias, ya que, para muchos de nosotros, rendición es igual a fracaso, a tirar la toalla. Fue la escasa comprensión de estas palabras, las que me han llevado a escribir este post, esperando humildemente poder aclarar un poco la grandeza de esta actitud.

Pido a mis lectores que se olviden de los conceptos lingüística y socialmente aceptados sobre este término y que se abran a una nueva forma de entender la vida, incluso en el terreno sexual.

Puede que a mí la vida me haya hecho un regalo muy especial, con las dificultades, sobre todo de salud, que he vivido en estos últimos años y que me están permitiendo entender mejor el concepto de “rendición”. Cuando estás a merced de los demás, de médicos, enfermeras, aparatos, tratamientos complejos y de la ayuda y compañía de familiares y algunos amigos, estás en la actitud total de recibir, de pedir sin poder ofrecer nada a cambio, más que a ti mismo y sobre todo en la actitud de ser y de sentir, sin pensar ni juzgar.

Esta actitud no pone condiciones, no tiene expectativas, no espera, ni ofrece nada a cambio, no opina, ni juzga, ni programa, ni ordena… simplemente es, se deja sentir, se vive; sería el equivalente a la desnudez total, sin protección, sin defensas, sin corazas, vulnerable… tal cual, como un bebé recién nacido y al total amparo de los que le acogen.

Dicen que esta actitud es muy Zen, muy Yin… lo único que sé es que a mi me está ayudando a descubrir el profundo sentido tántrico de rendirse, entregarse, honrar, adorar al ser amado/a, al dios/diosa que hay en mi/su interior, al eterno masculino/femenino… a mi mismo, al Uno, al Todo.

Puedo sentirlo y vivirlo en mis momentos de maravillosa soledad, pero lo más hermoso es sentirlo cuando estás con tu amado/a: viviendo y sintiendo el momento presente, el aquí y ahora, gozando de los dones del momento, de los besos, caricias, palabras, música, olores, sabores, gozando y agradeciendo al máximo lo que siento y vivo en el preciso instante de aquel placer que, al no contraerse, al no tener ninguna resistencia, se agranda y prolonga mucho más allá de los genitales, lejos del cuerpo, cerca de las emociones y muy dentro del alma.

Los grandes placeres del Tantra se empiezan a descubrir a partir de esta mágica actitud, muy poco occidental, del no oponer resistencia, ni tener expectativas sobre lo que recibimos y no esperar nada a cambio de lo que damos. Es entregarse al momento, al otro/a, a nuestra profunda grandeza, al placer del alma.

En el terreno de la sexualidad, hace pocos años, las prácticas de dominio y sumisión se han vuelto a poner de moda; siguen siendo ancestrales pero parece que las hayamos descubierto a raíz de los últimos libros de moda.

Lo cierto es que estas antiguas prácticas, cuando se hacen con la consciencia más profunda, abren el corazón y los sentimientos de la persona que está dominando y también de la que voluntaria y libremente se está sometiendo.

Pueden convertirse en actitudes sanadoras que nos lleven al sentir más profundo de una libertad de entrega al amado/a en el caso de sumisión, o de honra, como dominador, sometiendo la humildad de la persona ya que se nos entrega totalmente y sin condiciones.

Juzgar sin conocer es fácil, respetar lo desconocido es de sabios, y es por ello que uno avanza, poco a poco, por la vida, descubriendo grandeza y profundidad, donde aparentemente solo había dominio, bajeza y perversión. Aprendiendo a honrar algunas “parafilias” que en nuestra ignorancia estaban fuera de contexto y que ahora nos abren ventanales a comprender la grandeza de una sexualidad que, no por oculta, era mala, sino que era sólo para unos pocos que podían comprenderla y amarla.

“… cuando la vi, arrodillada ante mi, humilde, sumisa y diciéndome: quiero que me ates y domines, sentí el inmenso deseo de abrazarla, besarla y darle todo mi amor; cuando levanté su cara para besarla y ella, bajando los ojos, me dijo: por favor... no quise hacerme preguntas y entendí que hoy mi amor debía ser distinto.

Me armé de valor y atándola a la cama de brazos y piernas, le vendé los ojos y le dije: mi niña, que tu dolor sea tu placer, te amo hasta el infinito…y empezamos el juego o la sanación o como queráis llamarlo. Mis pequeñas torturas aparentemente la humillaban pero yo, ahora su amo, la veía crecer y hacerse grande, era una diosa entregada a mi para sanar su vergüenza, su alma, su femenino.

Suerte que no me vio, porque más de un cachete, pellizco o actitud posesiva iban acompañados de suaves lágrimas de amor que resbalaban por mis mejillas, adorando su pequeñez, sintiendo su grandeza… viendo a su diosa manifestarse”

Que la profundidad de estos pensamientos alcance a muchos y empecemos a rendirnos a vivir una vida más libre, incondicional y sin barreras ni prejuicios.

Ignasi Tebé

Terapeuta, escritor y educador sexual
Colaborador de Sex Academy Barcelona