martes, 28 de abril de 2015

SEXO SENTIDO: con olor

Tanto para los hombres como para las mujeres, el olfato, en el mundo del sexo, seguramente es nuestro sentido más animal.
Si bien no vamos por la calle oliendo los genitales de los demás (a más de uno le gustaría), en nuestras relaciones íntimas, casi el 80% de las personas respondemos sexualmente frente a ciertos olores que nos calientan el cuerpo, nos suben el deseo o nos mojan… los labios.
Volvernos locos recorriendo el cuerpo de nuestra pareja, con los dedos, con los labios, con el cuerpo y sentir todas sus texturas, sus formas, sus rincones, su suavidad y firmeza, su temperatura,… y sus olores, es el juego que todos los buenos amantes, salvo en momentos de sexo rápido, fogoso y salvaje, utilizan para calentar y calentarse, para sentir, para abrir su corazón, alterar sus hormonas y despertar el deseo de hacer el amor, de follar, de perderse y fundirse en un orgasmo maravilloso y liberador.
Los olores y fragancias de nuestro cuerpo, de forma inconsciente cuando estamos siendo recorridos, curioseados, mimados, por nuestra pareja, le están revelando muchísima información sobre nosotros y si ésta es de su agrado, su cerebro empezará a generar hormonas que harán que su deseo vaya aumentando progresivamente. Hay partes de nuestro cuerpo que huelen más intensa y sexualmente que otras y conocerlas hará que queramos jugar con ellas.
¿Habéis probado, casi seguro que sí, a besar a vuestra pareja, lentamente, desde la cabeza a los pies, por delante y por detrás?. Dibujar el cuerpo deseado con nuestros labios (cercanos a nuestra nariz) y saborear, oliendo sus ojos, sus orejas, su boca, su barbilla, cuello, bajando poco a poco y sintiendo cada parte, hasta llegar a los dedos de las manos, jugar con ellos un rato… el contorno de sus pechos, sus pezones (esto también vale para hombres),… su ombligo, sus ingles, su sexo, sus pies,… su nuca, su espalda, sus nalgas, su culo, su ano,… cada parte generará en nosotros y en el otro oleadas de sensaciones y placeres distintos.
Poner la cabeza sobre el bajo vientre de nuestra pareja, cerrar los ojos, sentir su respiración, besarlo poco a poco, besar su pubis,… sentir su olor, respirarlo y perderse en sus matices, es un placer tanto para el que lo está haciendo, como para el que lo recibe; dedícale un tiempo,… es casi una meditación, donde la honra, la adoración, el deseo y la pasión se funden.
Es gracias a este olor, de algunas partes de nuestro cuerpo (aliento, sudor, axilas, perineo, sexo,…) y a las feromonas (sustancias producidas por nuestros cuerpos, mezcla de hormonas, sudor, olor a la piel,… y que son captadas por nuestra nariz en el órgano vomeronasal), que sentimos la excitación y despertamos al deseo y la pasión.
Hay olores que relajan, otros que refrescan, los hay que nos sirven para evaluar a la pareja, que huelen a sano o a enfermizo, a fuerte o a débil, que huelen a antes, a durante y a después, olores que excitan,… nuestro cerebro tarda menos de un segundo en identificar los casi 10.000 aromas que tenemos registrados. Si pensamos que gran parte de la atracción sexual responde a nuestra química (hormonas, flujos, transpiración, saliva,…) podremos comprender la importancia del olfato en la sexualidad.
También conviene saber que ciertos condicionamientos culturales pueden inconscientemente catalogar ciertos olores y privarnos de sus estímulos. Nuestra cultura todavía rechaza bastante  este sentido tachándolo de sucio y de mal gusto cuando de sexo se trata.
Una persona que se ducha a menudo, que está sana y come equilibradamente, hace un mínimo de ejercicio y bebe suficiente líquido, no tiene porque oler mal. El olor natural del cuerpo es muy excitante; lo eliminamos o mitigamos mediante el baño o lavados diarios y hasta lo ocultamos con fragancias artificiales. Obviamente no deberíamos camuflar tanto nuestro olor, ya que el olfato detecta la química sexual y pone en marcha nuestros deseos.

También hay olores externos a nosotros que nos pueden ayudar: el café, chocolate, canela, rosas, jazmín, cedro, sándalo, ylang ylang entre otros, sean en forma de perfumes, aceites para masaje o inciensos nos pueden ser de gran ayuda.
Hay una  investigación exhaustiva de la Dra. Ingelore Ebberfeld sobre el olfato y el sexo que nos aporta datos muy curiosos. Según sus estudios, en las relaciones sexuales el 76,4% de los hombres y mujeres  se sienten sexualmente estimulados por ciertos olores y éstos pueden tener fuentes muy diferentes, como ilustran estos datos:
-          Olor corporal sin perfumes: 48’4%
-          Olor corporal con perfumes: 45’8%
-          Olor íntimo (zona genital): 31’9%
-          Olor después del sexo: 29’8%
Otros olores (axilas, pecho, ropa, ano,…) van descendiendo en importancia.
Los amantes del buen sexo sabemos que el olor forma parte de la danza sexual en la que, sea de forma suave y delicada o impetuosa a veces, nos sumergimos. También sabemos que cuanto más te apasiona tu pareja, nuevos olores, con un sinfín de matices, irán apareciendo para hipnotizar a los amantes.
En nuestras relaciones de sexo oral, evidentemente se mezclan casi todos los sentidos, pero nadie se atreverá a negar que el olfato es uno de los más importantes, los olores más íntimos (incluido el de la menstruación), en plena excitación sexual, se transforman en fragancias exquisitas; el flujo vaginal, el líquido preseminal, el mismo semen, el sudor y olor de nuestros genitales puede embriagarnos y llevarnos a un éxtasis de placer ilimitado.
Cuántos de nosotros después de una buena sesión de sexo, hemos estado oliéndonos los dedos y relamiéndonos de gusto.
Que gocéis cada vez más de vuestra nariz y de los olores de vuestros cuerpos.

Ignasi Tebé
Sanador, educador y escritor sexual
Facilitador de cursos y talleres para Hombres, Mujeres y Parejas.
Contacto: 667 761 640 o conexion@ignasi-aurea.com

miércoles, 22 de abril de 2015

Mi primera vez (relato lésbico)

Los lectores, que ya me conocéis un poco, sabéis de mi osadía en intentar relatar desde mi femenino, sintiéndome como si fuera una mujer. El reto se acentúa, aún sintiéndome muy hombre, adoro a la mujer que llevo dentro y os la ofrezco con todo mi cariño, le he puesto el nombre de Melisa, en recuerdo de alguien muy especial.
Ahí va su relato:
Estaban a punto de echarnos de la pizzería, eran pasadas las 12 y ya estaban recogiendo sillas y mesas. Pagamos y, al salir a la calle, Sara me dijo “¿qué te parece si nos tomamos un mojito en casa?” Ella y yo éramos buenas amigas y cuando salíamos nos gustaba charlar hasta muy tarde. Inmediatamente le dije que sí porque deseaba estar más rato con ella y no tenía ganas de ir a un bar de copas.
Andamos tres calles charlando amigablemente de nuestros hijos y de nuestros ex, hasta llegar a su piso, un piso amplio con un gran comedor salón y una excelente terraza. Nos instalamos allí; hacía calor y la conversación fue subiendo de tono. Sara sacó un par de mojitos en una bandeja, con el hielo bien picado, su hoja de hierbabuena y su olor típico a Caribe. “Puedo hacer más…” me dijo, o sea, tenemos para rato y no hay prisa…
La conversación había derivado hacia la escasa, y poco satisfactoria, sexualidad que teníamos desde que nos habíamos separado, y ante la escasez de hombres que valieran la pena. Empezamos a hablar de las ventajas de la masturbación, de algunos vídeos porno de Erika Lust y de algún que otro consolador maravilloso. Sara se sacó la blusa y se quedó con su pantaloncito corto y sus sujetadores negros. ¡Qué bien se conservaba la jodida a sus cuarenta y tantos! “Espera, te voy a enseñar el último que me he comprado”, me trajo un consolador de color azul, con una forma de delfín, que hacía maravillas en el clítoris y en el punto G, ¡caray con la niña! y parecía tonta.
Con el segundo mojito también me saqué la camiseta y, de forma casi instintiva, al sentarme, arrimé mi silla más a ella. Nuestra conversación, esta vez a la luz de la noche, sin vecinos molestos y con el calorcito de la bebida, era la más alta de tono que nunca habíamos tenido. Nos conocemos desde mi primer trabajo, antes de casarme, allá por los 23 años, aunque con ella no había sentido nunca, dentro mío, tanto deseo como aquel día.
Me invitó a entrar, el ambiente exterior empezaba a refrescar y creo que las dos empezábamos a sentir un cierto deseo de intimidad. El sofá era cómodo y puso una música muy sensual de Barry White, suspiró y casi se tumbó, poniendo sus piernas sobre las mías.
Creo que sentí lo mismo que ella, la miré y ella me devolvió su mirada, parecía como si lo hubiéramos planeado y, sin embargo, estaba surgiendo de forma totalmente natural; yo estaba deseando acariciarla y ella me estaba diciendo un sí de corazón, con su profunda mirada.
Me quité el sujetador y liberé mis pechos y mi corazón al aire que nos acariciaba a las dos. Con esta sensación empecé a acariciar sus pies, los dedos, ¡qué lindos y pequeños eran! Subí por sus tobillos y jugué un rato con sus rodillas; tuve que inclinarme más hacia ella para poder acariciar sus muslos hasta el corto pantalón y fui subiendo por su ombligo, acariciando su vientre y deseando que se quitase el sujetador. Sonrió, y mi Sara, mi dulce Sara, se lo quitó, dejándolo caer en el suelo.
Estábamos conectadas no sólo en el sentir sino también en el pensar.
No me hice esperar, ascendí hacia sus pechos, acariciando primero su totalidad y luego, con mis dedos, dibujé una espiral, que me acercaba cada vez más, hacia sus crecientes pezones. Fue una delicia sentir en mis manos aquellos pezones que no eran míos, rozarlos, pellizcarlos, muy suave y poco a poco más fuerte; me fui sintiendo más atrevida y al ratito me puse a besar aquellas dos maravillas de mi amiga; Que lindo era sentirlos en mi boca, lamerlos, chuparlos, rozarlos con mis dientes, acariciarlos con mis manos… llegué a su cara, casi tumbada sobre ella y mirándola profundamente, sonriendo, con un amor extraño que nacía de mis adentros, la besé en la boca… éxtasis de emociones, de sabores, de susurros y jadeos; me estaba poniendo muy caliente y, por lo que veía, ella también. Nos abrazamos, la música nos transportaba, y de mi salieron unas lágrimas que cayeron sobre su cara, me separó un poco para ver lo que pasaba… “¿lloras?”, “Si, Sara, lloro porque siento lo mucho que ahora te deseo… no lo podía imaginar…” “no me digas nada, te quiero”.
Las dos nos pusimos a llorar, abrazándonos, besándonos y sobre todo sintiéndonos; el tiempo y el espacio habían desaparecido, ella y yo, unidas y amándonos.
Recuperado el frágil equilibrio entre mis deseos y pasiones, y mis sentimientos y alma, dejé de besarle la cara para descender lentamente por su hermoso cuello, volver a besar sus pechos y, al descender por su vientre, sin mirarla, ni pedirle permiso, desabroché el cinturón, el botón y le abrí la cremallera del mini pantalón. Un aroma exquisito llenó mi sentir de mujer y de forma descarada fui abriéndome paso por su vientre acercándome cada vez más a su recortado y lindo pubis. Tomé aire y empecé a besarla locamente, mientras mis manos le bajaban pantalón y el tanga a la vez, despacio, sin mirarla.
Se arqueó ofreciéndose a mi y lanzó un: “Te quiero Melisa, sigue por favor, no te pares…” acompañado de un suspiro (cómo me gusta!!!). Yo ya había perdido la compostura, la vergüenza, y por suerte hoy mi mente no me hacía preguntas; mi corazón y la pasión de mi hembra interior pasaban por encima de mis pensamientos, era la reconquista del placer verdadero, del que nace de dentro, del que no entiende de sexos, se manifiesta en nuestro cuerpo y se siente en el alma.
Metí mi cabeza entre sus piernas y me zambullí en cuerpo y alma saboreando la belleza, la suavidad, el color, la textura, el sabor, el olor y el sentir del sexo de mi amada, mis dedos acariciaban, buscaban, se humedecían, entraban y salían… mis labios besaban, rozaban, aprisionaban los suyos, mientras mi lengua acariciaba, reseguía, lamía su miel, su delicioso sexo, su clítoris ufano… y quería adentrarse en su íntima cueva.
El deseo, la pasión, un amor loco y desbocado, la sorpresa, lo inesperado, todo ello, con sabor a lágrimas y miel, se mezclaron en mi interior y en el suyo, parecíamos dos lesbianas de un film porno… Sara se había vuelto loca, empezó a decirme guarradas que me sonaron a música celestial: “fóllame, sigue así, más, más, más…”, “soy toda tuya”, “eres divina, qué bien lo haces…”, “después te comeré a ti…”
Enardecida por su pasión, le agarré bien los pechos y mientras se los acariciaba como si fueran los míos, le comí, chupé, sorbí su sexo, como nunca a mí me lo habían hecho, como siempre había soñado que me lo hicieran; empezó a convulsionarse, a jadear a un ritmo trepidante… le metí un dedo, le acaricié con esmero su punto de placer…y estalló. Lanzó un grito que sonaba a victoria, a una victoria que te hace libre, que te devuelve a la vida, un grito que llegaba al corazón y me hacía llorar al sentir su inmensa felicidad, su éxtasis amoroso, su orgasmo total.
Se hizo el silencio, nuestra respiración fue volviendo a la normalidad, nos quedamos quietas en la última postura, mi mano izquierda sobre su pecho, un dedo de mi mano derecha en su vagina, mi cara sobre su sexo; ella abierta de piernas con sus manos agarrando mi cabeza. Sara empezó a llorar de forma dulce, yo saqué mi entrometido dedo y le puse mi mano sobre su sexo, levanté la cabeza y la miré, lloraba y sonreía a la vez, entre sollozos me dijo “me has hecho muy feliz cabrona”, puse cara de sorpresa y se echó a reír… y yo con ella; nos dio un ataque tan divertido que nos dejamos caer al suelo y nos revolcamos sobre la alfombra, como dos niñas, riéndonos, besándonos, amándonos.
“No recordaba el gusto de mi sexo” me dijo Sara, “a mi me ha encantado” le dije yo, “a mi también” contestó y en el suelo se puso sobre mi, formando un maravilloso 69, me agarró bien las piernas y se dispuso a hacerle el amor a mi húmeda cueva , mientras admiraba y acariciaba su hermoso culo, su lindo sexo… el sexo de mi Sara.
La sentí penetrar en mi alma, amarme como nunca jamás lo había sentido, acariciarme diciéndome lo hermosa que era, lamer mi cuerpo y mi sexo hasta hacerme sentir el placer de perderme en mis entrañas, uniendo mi ser al suyo, volando con ella a un paraíso donde amor, placer y sexo se fundían, donde tierra y cielo se hacían uno.
Las delicias en mi cuerpo se sucedían, las sentía aletear en mi interior, me rozaban por fuera y por dentro, se metían en mi corazón, en mi estómago, en mi matriz… pasando por mi vagina y sus labios, por mi boca y los suyos… el aleteo se hacía cada vez más intenso, lo sentía con ganas de salir, en el interior de mi hembra tigre, entre mi sexo y mi ano, con una fuerza creciente que empezaba dentro de mi clítoris y empujaba hacia arriba, buscando mi ombligo, rozando mis pechos, haciéndome caer al vacío, sintiendo la nada, absorbiendo mi alma, estallando en el cielo.
En mi interior sonaron tintineos de cascabeles, estaba en un túnel de luz, los colores y las formas eran femeninas, lindas, suaves, amorosas… era el amor de muchas diosas, el placer de muchas hembras, la felicidad y el éxtasis del paraíso… de lo femenino.
Me costó volver a mi cuerpo, sentir su sexo en mi cara y mi alma en la suya…
Al amanecer despertamos abrazadas a nuestras caderas, los vientres frente a las caras, con nuestros olores penetrando en nuestras almas y nuestros labios besándonos las entrañas.
Melisa

(el lado femenino de Ignasi Tebé)
Escritor, sanador y facilitador de cursos y talleres para Hombres, Singles y Parejas